Hoy cumplo un mes en casa con mi familia, sin salir salvo en contadas ocasiones. Un mes que parece un año, y que parece que va a dar paso a otro más o menos en las mismas circunstancias.
Y a pesar de la situación, del drama que está suponiendo para tantos miles de familias, durante todo este mes me he sentido afortunada y lo he vivido de manera muy tranquila. Tranquilidad es lo que podría definir mi estado de ánimo durante la mayor parte del tiempo.
He sido capaz de situarme en el momento, cada día, en el aquí y ahora, y no pensar más allá. Intentando disfrutar lo que se nos ha impuesto, y buscarle la parte positiva, que como todo, lo tiene.
Y no solo porque soy de las convencidas de que este confinamiento nos va a dejar a cada persona aprendizajes y decisiones definitivas. ¡Menuda locura, un punto de inflexión a nivel mundial! Pero creo firmemente que así va a ser, y que esto es poderoso.
Durante los últimos 30 días he vivido sin prisa, sin planes más allá de un horario autoimpuesto para manejar cierto orden que para mí es importante; pero que me he permitido saltarme cada vez que el cuerpo me lo pedía.
Días en los que me he divertido, desafiando de manera pública mi sentido del ridículo, y me he apuntado a la moda adolescente con mi propia cuenta de TikTok, e incluso me he atrevido a poner la cara y bailar en los stories de Instagram.
Días en los que he revisado, supongo que como muchos, mis prioridades. He analizado mis valores y me he examinado para, de manera honesta, comprobar si estaba viviendo de manera acorde a ellos. He disfrutado mucho de mi familia, como tal, y no como compañeros de piso que éramos tantos días y semanas vividos con demasiadas prisas. Y me ha emocionado enormemente ver que nos caemos bien, que somos capaces de pasar un mes juntos y encerrados con menos peleas que normalmente. Y eso es maravilloso.
Y ninguno de esos días, he tenido miedo. Es cierto que ha habido muchos sentimientos y emociones diferentes: alegría, felicidad, tristeza, preocupación, aburrimiento, pereza, admiración, empatía, rabia…Pero, mirando hacia atrás, no ha habido miedo.
Ni por la situación propia de Black Mirror, ni por haberme visto abocada a un ERTE que desestabiliza mi situación laboral, ni por el año académico de mis hijas terminado antes de tiempo, ni siquiera, por quedarme sin papel higiénico. Nada.
Hasta ayer por la tarde, que fui invadida por un miedo irracional y una tristeza infinita. Después de un mes de confinamiento, recibí la noticia de que el maldito virus ha conseguido entrar en la residencia donde vive mi madre, y con el objetivo de extremar las medidas de seguridad, suspenden las videollamadas que era la única forma que teníamos de poder verla, sentirla, y mandarle todo nuestro cariño. Aunque ella no hablara mucho, nos veía, nos oía, se reía con las niñas, nos miraba. Y habíamos conseguido que con eso nos bastara hasta que llegue el día de poder vernos de nuevo.
Y justo ayer, que había recibido la noticia, e intenté hablar por teléfono, con todas las dificultades que esto tiene ya para comunicarse con ella, estaba más habladora. Consiguió articular varias frases seguidas, parecía que se estaba esforzando y sacando fuerzas de donde parecía que ya no tenía, para que yo me quedara tranquila, en un ejercicio de generosidad infinito. Y cuando ya estaba colgando, me espetó: «¡Tania, te quiero mucho!»…..
Y lo recuerdo hoy, y vuelvo a llorar como una niña pequeña, por ese miedo de no saber cuándo voy a poder verla de nuevo y en qué condiciones va a estar. Pero también por la emoción tan enorme de que ayer, durante esos dos segundos de despedida, volví a sentir que era mi madre, y que se preocupaba por mí y por cuidarme, y que aunque solo fuera ese breve momento, podía soltar el mando, y dejarme cuidar.
Ayer por la tarde tuve mucho miedo, y sentí la emoción más poderosa que he tenido en todo este mes de confinamiento. Y me da miedo también que una vez abierta esa puerta, me arrastre.
Pero quizá necesitaba conectar con esa emoción. Durante todo el mes, he intentado no dejarme llevar por la sensación horrible de ver cómo una generación, a la que adoro y a la que he dedicado mis últimos 15 años de manera profesional, se ha convertido en la más vulnerable. E intentaba encontrar consuelo en la firme convicción de que esta experiencia va a servir para por fin, darles el sitio de honor que se merecen en la sociedad, y que se les niega tantísimas veces.
Puede que haya estado un mes escondiéndome del miedo, y que ahora, me haya encontrado. Puede ser. Pero ya no voy a huir más. Acepto que haya entrado en mi casa en esta situación excepcional, aunque sí tengo claro, que como una emoción más, que no voy a permitir que me paralice.
Porque yo tenía planes, como todos, cuando empezó este 2020 que para mí tenía (y tiene) que ser muy especial. Tenía decisiones tomadas, cambios de rumbo a los que no les hacía falta una pandemia mundial. Y que tengo claro que no voy a abandonar.
Y es que, aunque creo que no es imprescindible que cada persona lo viva con la necesidad de obtener aprendizajes profundos y giros de 180 grados en su vida (hay que quitarse esa presión), en mi caso, es un camino de continuidad que se ha encontrado con la oportunidad de tener mucho tiempo para materializarlo.
Así que sigo con mi proceso de cambio, ya estaba decidido. Y como primer paso, puede que pase menos por aquí. Pero no porque quiera estar menos, al revés, quiero estar más que nunca. Pero en esta situación atípica, en la que una de las consecuencias ha sido vernos inundados de ruido, de llamadas a la acción, de información desmesurada, no quiero estar de la misma manera.
Por eso, hoy vengo para comunicaros que pongo en marcha, después de un año, mi newsletter. Y será ahí, en esa comunicación más íntima por mail, de mí para ti que quieres tenerla, donde te seguiré contando cosas.
Quiero seguir en contacto contigo, para hablar de esos temas que nos preocupan a ambos: trabajar por la igualdad, por la conciliAcción, hablar de nuestros procesos individuales de búsqueda de equilibrio entre nuestras parcelas personal, familiar y laboral.
Así que, si te apetece que sigamos en contacto, ahora te toca a ti dar el paso. Si todavía no te has apuntado a esa lista de personas que quieren conversar conmigo, puedes hacerlo aquí. Da igual cuántos seamos, lo importante es que a todos nos preocupan e interesan estos temas. Y sobre todo, que necesito diálogo, no monólogo, porque en el año de vida que tiene mi hogar, he recibido regalos enormes por esta vía.
Yo ya estoy al otro lado, ¿te vienes?