Atrévete/ No, mejor quítate esa idea de una vez.
¿Qué sería lo peor que te puede pasar?/ Tú sigue por ahí que vas a mandar toda tu estabilidad al carajo.
¡Déjate llevar y haz lo que sientes!/ Venga ya, eres muy mayorcita para seguir teniendo tantos pájaros en la cabeza.
¡Hazlo, que tú vales para eso!/ ¡Ay, bonita, con la de gente preparada que hay por ahí, mejor dedícate a lo que sabes!
Fíjate en personas que han tenido éxito gracias a su esfuerzo y trabajo/ ¿Pero qué coño quieres, con lo bien que estás ahora?
Podrías organizar mejor tu tiempo para llegar a todo lo que quieres/ Lo que tienes que hacer es dejar de perder el tiempo soñando tonterías.
Puedes ser lo que quieras/ Confórmate con lo que tienes, ya les gustaría a muchas estar como tú.
¿Y si escribo y publico un libro?/ ¡Pero a ti quién va a querer leerte!
Y así, a diario, martillo pilón.
La llamo Señorita Rottenmeier y me acompaña desde que tengo uso de razón. Es molesta, antipática y una aguafiestas. Y es la vocecita inoportuna que siempre está ahí cuando me enfrento a una decisión que me ilusiona y asusta a partes iguales.
Llegó a mi vida cuando era niña para no dejarme hacer nada que me pusiera en peligro física o emocionalmente, no permitiéndome ser valiente y empezar aventuras. Es una de las responsables de que nunca haya desafiado reglas y normas, y de que siempre me haya esforzado por hacer lo que creo que se espera de mí. Aunque quizá también de que sea de las pocas niñas a la que no han tenido que coser nunca ninguna parte de su cuerpo…
Así que ya la conozco, la reconozco, y durante los últimos meses estoy trabajando muy duro para mantenerla a raya. De esto iba el reto que realicé en agosto y que conté en el post de 30 días eligiendo coraje. Ahora la escucho, pero ya sé cuando quiere convencerme para ser tibia como ella, gris, conformarme y no salirme de los estándares para no destacar, ni para bien ni para mal.
Porque con ella todo son dudas. Y de manera recurrente viene a mi mente la imagen de ir deshojando una margarita, no para saber si alguien me quiere, sino para decidir si escucharla a ella o no, si saltar o darme la vuelta.
Pero la realidad es que ya no soy una niña. Ahora soy una adulta que sabe que puede asumir riesgos, que no pasa nada si me caigo, porque he aprendido a levantarme. Porque en los últimos años me he caído muchas veces, de maneras diversas y por motivos diferentes: la propia vida, malas decisiones, decepciones, equivocaciones, exceso de responsabilidades, falta de conocimiento….Pero lo que ha sido común en todos los batacazos, es que nunca me he sentido sola. Las personas que cuentan siempre han estado ahí, y nunca para decirme ¡Te lo dije! (para eso ya está la Srta. Rottenmeier). Y la segunda cosa en común de todas las caídas, es que superarlo me ha convertido en una mujer más fuerte y más segura de mí misma. Y sobre todo, convencida de que no haber actuado y quedarme con la duda de qué hubiera pasado, me habría hecho sentir aún peor.
Aún así, le tengo cariño, y he decidido no echarla de mi vida, sino buscar su lado positivo y recolocarla en donde creo que puede estar bien:
Srta Rottenmeier, he encontrado un sitio para ti. Quiero que a partir de ahora tu papel sea acompañarme y apoyarme en todos los retos que quiera iniciar, dándome aliento, ayudándome a levantarme cuando me caiga, sin decirme ¡te lo dije!. Te permito que seas la que aporte la prudencia, pero no desde el miedo, sino desde la responsabilidad. Para no hacer las cosas a la ligera, sino con un plan bien trazado, pero no hasta el infinito, que ya nos conocemos, y yo he aprendido que a veces es mejor hecho que perfecto.
Sé que quieres protegerme, pero quedarme parada para no fracasar, me hace infeliz por no haberlo intentado. Y quiero que lo entiendas.
Supongo que todas tenemos esa vocecita «coñazo» que no nos abandona, y tengo una buena noticia. Pierde fuerza cuando le pones nombre, la conoces y la reconoces, te enfrentas a ella y le contestas, o te rodeas de personas en sintonía contigo, con tu «tribu» como contaba en esta imagen, y encuentrar otras formas de plantarle cara.
Pero lo que definitivamente funciona es cuando encuentras las palabras, esa especie de mantra, al que puedes acudir cada vez que estás cansada de oírla. Yo le digo, aunque cada vez con más cariño: ¡Cállate ya, pesada! Y nos funciona a las dos. A mí para no paralizarme. Y a ella, para soltarse un poco el moño.
¿Cómo se llama la tuya? ¿Y qué haces para que no te paralice? Nos leemos.